Mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del
sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida
la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y
comodidades del mundo para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que
la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el
tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero
quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su
vida: fue cuando abrazó a un leproso. Aquel hermano que sufría, marginado, era
«mediador de la luz (...) para san Francisco de Asís» (cf. Carta enc. Lumen
fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne
de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha contra la dependencia química,
quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo, y
pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.
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