Evangelio según San Marcos 2,1-12.
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
Y
como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el
techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero
descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El
se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La
gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto
nada igual".
Palabra del señor.
Comentario Por:
Papa Francisco
Encíclica “Lumen fidei / La Luz de la fe”, § 57 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
“Viendo su fe, Jesús le dijo al paralítico: ‘Hijo mío, tus pecados están perdonados’.”
El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común
es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que
sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede
encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este
sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra
morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha
inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (cf. 2 Co 4,16-5,5). El dinamismo
de fe, esperanza y caridad nos permite así integrar las preocupaciones
de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad «cuyo
arquitecto y constructor iba a ser Dios» (Hb 11,10), porque «la
esperanza no defrauda» (Rm 5,5).