sábado, 11 de enero de 2014

Evangelio y comentario del Dia


Evangelio según San Lucas 5,12-16. 
Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: "Señor, si quieres, puedes purificarme". 
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante la lepra desapareció. 
El le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: "Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". 
Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. 
Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar. 

Palabra del señor.

Comentario Por:

Papa Francisco 
Encíclica “Lumen fidei / La Luz de la fe”, § 54-55 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)

Un leproso reintegrado en la sociedad
    ¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo. En el siglo II, el pagano Celso reprochaba a los cristianos lo que le parecía una ilusión y un engaño: pensar que Dios hubiera creado el mundo para el hombre, poniéndolo en la cima de todo el cosmos… En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, su solicitud concreta
por cada persona, su designio de salvación que abraza a la humanidad entera y a toda la creación, y que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites.

    La fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla; nos invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores.

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