San Antonio de Egipto
Abad, (251-356)
Es conocido con distintos apelativos. “San Antonio de Egipto” o “Antonio el Ermitaño”, pues allí nació, cerca de Menfis, el año 251. San Antonio del Desierto, pues al desierto se retiró para seguir a Cristo. San Antonio el Grande, por el inmenso influjo de su ascética, tanto por su caridad en atender al prójimo, como por su fortaleza frente a las tentaciones del demonio, tema que con frecuencia han reflejado en sus cuadros los pintores.
Es conocido con distintos apelativos. “San Antonio de Egipto” o “Antonio el Ermitaño”, pues allí nació, cerca de Menfis, el año 251. San Antonio del Desierto, pues al desierto se retiró para seguir a Cristo. San Antonio el Grande, por el inmenso influjo de su ascética, tanto por su caridad en atender al prójimo, como por su fortaleza frente a las tentaciones del demonio, tema que con frecuencia han reflejado en sus cuadros los pintores.
Antonio,
el gran padre nuestro, el corifeo del coro de los ascetas, floreció
bajo el reino de Constantino el Grande, alrededor del año 330 desde el
nacimiento de Dios. Fue contemporáneo de gran Atanasio, quien de él
escribió, posteriormente, una amplia bibliografía. El accedió al súmmum
de la virtud y de la impasibilidad. Si bien inculto e iletrado, tuvo
como maestra, proveniente desde lo alto, esa sabiduría del Espíritu
Santo que ha instruido a los pescadores y a los infantes:
iluminado por ella, el intelecto profirió muchas y variadas advertencias
sagradas y espirituales, concernientes a temas diversos, y dio a quien
lo interrogara, sabias respuestas, llenas de provecho para el alma; como
se puede ver en muchos pasajes del Gerontikon.
Pero el nombre que le distingue sobre todo es San Antonio abad. Abad significa padre, y entre todos los abades que hemos celebrado esta semana, Antonio fue por antonomasia el abad, el padre de los monjes. San Pacomio había iniciado el movimiento de convertir a los solitarios anacoretas en cenobita, agrupándolos en monasterios de vida común. San Antonio fue escogido por la Providencia para consolidar el cenobitismo.
Pero el nombre que le distingue sobre todo es San Antonio abad. Abad significa padre, y entre todos los abades que hemos celebrado esta semana, Antonio fue por antonomasia el abad, el padre de los monjes. San Pacomio había iniciado el movimiento de convertir a los solitarios anacoretas en cenobita, agrupándolos en monasterios de vida común. San Antonio fue escogido por la Providencia para consolidar el cenobitismo.
Antonio es un caso ejemplar de tomar la palabra de Dios como dirigida expresamente a cada uno de los oyentes. "Hoy se cumple esta palabra entre vosotros", había dicho Jesús. Así la cumplió San Antonio. Su vida la conocemos bien, gracias a su confidente y biógrafo San Atanasio, obispo de Alejandría, a quien dejaría en herencia su túnica. Es la primera hagiografía que se conoce, obra muy bien recibida por el mundo romano.
Sus padres le habían dejado una copiosa herencia y el encargo de cuidar de su hermana menor. Un día entró en la iglesia cuando el sacerdote leía: "Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres". Otro día oyó decir: "No os agobiéis por el mañana". Y se comprometió a vivirlo sin dilación. Confió su hermana a un grupo de vírgenes que vivían los consejos evangélicos, y él dejó sus tierras a sus convecinos, vendió sus muebles, se despojó de todo, rompió las cadenas que le sujetaban y se marchó al desierto.
El último medio siglo de su vida -vivió 105 años- residió en el monte Colzum, cerca del mar Rojo. Amante de la soledad, allí vivía en una pequeña laura, entre largos ayunos y oraciones, y haciendo esteras para no caer en la ociosidad. Así se defendía contra los violentos ataques del demonio, que no le dejaba un momento de reposo. Es el ambiguo valor del desierto, lugar propicio para el encuentro con Dios y para las tentaciones del maligno. Antonio es un magnífico ejemplo para vencer las tentaciones.
Además
de lo antedicho, este hombre ilustre, nos ha dejado también ciento
setenta capítulos Son el fruto genuino de esa mente divinamente
iluminada, nos lo es confirmado, entre otros, por el santo mártir Pedro
de Damasco. Pero la misma estructura de lenguaje quita toda duda y deja
solamente una posibilidad a aquellos que examinan minuciosamente los
textos: se trata de escritos que se remontan a aquella santa antigüedad.
Muy pronto encontró imitadores. Un enjambre de lauras individuales fue poblado por fieles seguidores que querían vivir cerca de aquella regla viva. Se reunían para celebrar juntos los divinos oficios. De este modo compaginaban el silencio y soledad con la vida común. Sólo salió de allí para ayudar a su amigo Atanasio en la lucha contra los herejes, y cuando fue a conocer a Pablo el ermitaño. Se saludaron por su nombre, se abrazaron y ese día trajo el cuervo de Pablo doble ración de pan.
Se le atribuyen muchos milagros. Pero él los rehuía. A Dídimo el Ciego le repite: No debe dolerse de no tener ojos, que nos son comunes con las moscas, quien puede alegrarse de tener la luz de los santos, la luz del alma.
Es el Santo taumaturgo que no sólo es invocado a favor de los hombres, sino también de los animales, que aún son bendecidos el día de San Antonio en muchos sitios. Era costumbre en las familias alimentar un lechón porcino para los pobres, que se distribuía el día del Santo, y terminará acompañando la imagen misma de San Antonio. Cargado de méritos, famoso por sus milagros y acompañado del cariño, subió al cielo el Santo Abad el 17 de enero del año de gracia 356.
No
debe pues asombrarnos que la forma del discurso se desarrolle en la
mayor simplicidad de la homilía, en un estilo arcaico y descuidado: lo
que, sin embargo, nos asombra es como, a través de tal simplicidad llega
a los lectores tanta salvación y provecho.
Cuánto
más, en aquellos que lo leen florece la fuerza de la persuasión de
estos escritos, tanto más en ellos destilan la dulzura y tanto más
destilan, absolutamente, las buenas costumbres y el rigor de la vida
evangélica ¡ciertamente conocerán su regocijo aquellos que degustaren de esta miel con el paladar espiritual del intelecto!
Parece ser que Antonio el Grande, conocido
también como “Antonio el Ermitaño” o “San Antonio de Egipto”, vivió
entre los años 250 y 356 aproximadamente. De familia cristiana, más bien
rico, habiendo quedado huérfano de muy joven y con una hermana muy
pequeña a su cargo, un día fue fuertemente golpeado por la Palabra del
Señor al joven rico: si quieres ser perfecto, ve, vende todo aquello que
posees, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven
y sígueme (Mateo 19; 21).
Sintiéndose aludido, enseguida empezó a vender lo que poseía y a darse a una vida de oración y penitencia en su misma casa.
Después
de algún tiempo, confió a su hermana a una comunidad de Vírgenes y
llevó una vida de oración y penitencia en su misma casa. Llevó una vida
solitaria no lejos de su pueblo, poniéndose bajo la guía de un anciano
asceta de quién se alejara, luego para retirarse en el desierto, en una
de las tumbas que se encontraban en aquella región.
Su
ejemplo fue contagioso, y cuando se retiró al desierto de Pispir, el
lugar no tardó en ser invadidos por cristianos. Lo mismo sucedió cuando
sucesivamente se retiró cerca del litoral del Mar Rojo. La vida
consagrada al Señor, en soledad o en grupos, ya es una costumbre, pero
con Antonio el fenómeno asumió dimensiones siempre más amplias, tanto
que podemos llamar a Antonio, “el padre de la vida monástica”.
También
en occidente su influencia fue grandísima, sobre todo gracias a la
rápida difusión de la Vida, escrita por Atanasio poco después de la
muerte de Antonio. Atanasio había conocido bien a Antonio en su
juventud. La biografía que escribió debe ser considerada
como un documento histórico de peso, si bien, obviamente, al escribirla,
el autor ha usado procedimiento corrientes en la literatura de su
tiempo, como el poner en boca del protagonista largos discursos nunca
pronunciados de esa forma y extensión, pero en los cuales se quiere
recopilar, en un síntesis orgánica y vivida, las que fueron,
efectivamente, las ideas más trascendentes del protagonista, por el
expuestas –o, más simplemente, por el vividas- en las más variadas
situaciones.
Se
atribuyen a Antonio siete cartas escritas a los monjes, además de otras
dirigidas a diversas personas. De la Vita Antonil escrita por Atanasio
existe una óptima traducción italiana con un texto latino que la
antecede, en las ediciones Mondadori / Fundación Lorenzo Vallas 1974, a
cargo de Christine Mohrmann se puede también ver una reciente traducción
francesa de las Cartas de San Antonio en la colección Spiritualité
Orientale N. 19, Abbaye de Bellefontaine.
Oremos
Señor, tú que
inspiraste a San Antonio Abad el deseo de retirarse al desierto para
servirte allí con una vida admirable, haz que, por su intercesión,
tengamos la fuerza de renunciar a todo lo que nos separe de ti y sepamos
amarte por encima de todo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de la Paz, Roma (1483). Nuestra Señora de Pontmain, Francia (1871).
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