Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»
Palabra del Señor.
Comentario Por:
Papa Francisco
Exhortación apostólica “La alegría del evangelio / Evangelii Gaudium” § 5-6 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
“Para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto”
El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita
insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el
saludo del ángel a María. La visita de María a Isabel hace que Juan
salte de alegría en el seno de su madre. En su canto María proclama: «Mi
espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador». Cuando Jesús
comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha
llegado a su plenitud». Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu
Santo». Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que
mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena». Nuestra
alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a
los discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá
en alegría». E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y
nadie os podrá quitar vuestra alegría». Después ellos, al verlo
resucitado, «se alegraron»... ¿Por qué no entrar también nosotros en ese
río de alegría?...
Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor».
(Referencias bíblicas: Lc 1,28 (griego); 1,41; 1,47; Jn 3,29; Lc 10,21; Jn 15,11; 16,20; 16,22; 20,20; Lm 3,17-26)
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