San Bruno de Segni, abad
y obispo
En Segni, en el Lacio, san Bruno, obispo, que trabajó y sufrió intensamente por la renovación de la Iglesia, y obligado por esto a dejar incluso su diócesis, encontró refugio en Montecasino, donde ejerció de abad temporal del monasterio.
Bruno,
perteneciente a la familia de los señores de Asti, en el Piamonte,
nació cerca de dicha ciudad. Después de hacer sus estudios en la
Universidad de Bolonia, fue nombrado canónigo de Siena de donde se le
llamó a Roma para tomar parte en el sínodo de 1079. Ahí defendió
brillantemente la doctrina de la Iglesia sobre el Santísimo Sacramento
contra Berengario de Tours. Gregorio VII le
nombró obispo de Segni el año siguiente después de que Bruno, por
humildad, rehusó aceptar el cardenalato. Desde entonces, se entregó al
servicio de su grey con incansable celo. Era amigo personal de san
Gregorio VII a quien secundó decididamente en todos sus proyectos de
reforma de la Iglesia y, por esa causa, fue prisionero durante tres
meses del conde Ainulfo, partidario del emperador Enrique IV. En 1095,
Bruno acompañó a Francia a Urbano II y asistió al Concilio de
Clermont-Ferrand. A su vuelta a Italia, emprendió con nuevos bríos la
tarea de santificación de su grey. Pero, como continuaba la persecución
de Ainulfo y el santo se sintiese, por otra parte, invenciblemente
atraído por la soledad y el retiro, acabó por tomar el hábito monástico
en Monte Cassino. El abad del famoso monasterio consiguió que el Papa
permitiese a Bruno permanecer en el retiro, pero sin renunciar al
gobierno de su sede. En 1107, san Bruno fue elegido abad.
Con
sus escritos, trabajó por propagar la disciplina eclesiástica y por
extirpar la simonía. Consideraba este abuso y la costumbre de conferir
beneficios eclesiásticos a los laicos, como una de las principales
fuentes de los desórdenes que aquejaban a la Iglesia. En efecto, esas
dos prácticas condenables favorecían el nepotismo e introducían la
avaricia y la ambición entre aquéllos que más necesidad tenían de estar
por encima de todos los afectos terrenos para propagar el espíritu
evangélico. San Bruno no vaciló en reprender al papa Pascual II, a quien
el emperador electo, Enrique V, había arrancado ciertas concesiones en
materia de privilegios e investiduras eclesiásticas. Entonces, el
Pontífice mandó a Bruno que renunciara al cargo de abad y volviera al
gobierno de su diócesis. San Bruno obedeció al punto, prosiguió
desempeñando celosamente sus funciones pastorales y escribiendo
comentarios de la Sagrada Escritura, hasta que Dios le llamó a Sí, en
1123. Fue sin duda el más grande comentarista de la época; pero cayó en
el error teológico de defender el punto de vista de que los sacramentos
administrados por obispos o sacerdotes simoníacos eran inválidos. Fue
canonizado en 1183.
En
Acta Sanctorum hay dos biografías de San Bruno (julio, vol. IV): la más
antigua y corta fue obra del escritor Pedro el Diácono, muy poco
escrupuloso en materia de historia. Pero los datos que hemos presentado
en nuestro artículo son de fiar. Véase B. Gigalski, Bruno Bischof von
Segni (1898).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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