San Kety
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Presbítero (1390-1473)
Nació en Kety, diócesis de Cracovia, el año 1390; se ordenó sacerdote y
supo hacer compatibles la docencia en la universidad de Cracovia con
las tareas pastorales.
A la fe, que exponía con sabiduría en su
cátedra, unió la piedad y la caridad con el prójimo, llegando a ser
modelo para sus colegas y discípulos.
Murió el año 1473.
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Santa María Margarita de Youville
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Esta canadiense primera en ser canonizada amó apasionadamente a
Dios Padre. Cobijada en su ternura superó las contradicciones y
sufrimientos que la vida le presentó.
Se dice que la cuna, el hogar que acoge a un recién nacido, tiene
mucho que ver en el acontecer de una persona. Y así es en cierto
sentido. El de Margarita estaba asediado por la pobreza cuando nació en
Varennes (Quebec) el 15 de octubre de 1701 a pesar de que su padre era
un oficial. Sus cinco hermanos, que fueron llegando al mundo después que
ella, no tuvieron mejor suerte. Es más, la pérdida del cabeza de
familia que se produjo cuando ella tenía siete años, no hizo sino
empeorar la situación y la mendicidad fue la única vía para ir
sobreviviendo. Pero esta experiencia de indigencia familiar sería de
gran valor para la misión que iba a desempeñar, amén de irle curtiendo
entonces en el infortunio. Dos años con las religiosas Ursulinas de
Quebec como alumna interna fueron suficientes para asentar en ella
principios que había recibido en su hogar. Después, su ocupación no fue
otra que seguir auxiliando a su madre. Y cuando ésta rehizo su vida
contrayendo nuevo matrimonio, se fue a Montreal.
Tomando nuevo rumbo en 1722 se casó con François d´Youville, que por
todo equipaje aportaba al nuevo hogar un compendio de desdichas.
Díscolo, traficante de pieles y de alcohol, droga que ponía al alcance
de los indios, con su indiferencia por la familia que había formado y
sus largas y frecuentes ausencias, aún hacía más difícil la convivencia
con esa madre intransigente que también había llevado consigo. François
había derrochado los bienes, y las dificultades económicas perseguían a
todos. La desolación fue acentuándose con la pérdida progresiva de los
hijos nacidos en el matrimonio. De seis, solamente sobrevivieron dos,
dándose la circunstancia de que a éstos Dios Padre les concedió la
gracia del sacerdocio, y a su madre infinito consuelo. François murió en
1730, después de una súbita enfermedad, siendo asistido por Margarita
en todo momento, que vertió en él su cariño. El sexto hijo, del que se
hallaba encinta en esos momentos, nació después de quedarse viuda, pero
Dios se lo llevó con Él. La santa, tras ocho difíciles años de
matrimonio, quedaba al frente del hogar sosteniendo a los pequeños con
admirable fortaleza convencida de que Dios Padre jamás abandona a sus
hijos.
Cuando los dos varones que habían sobrevivido fueron ordenados
sacerdotes en 1737, emprendió el que iba a ser su definitivo camino: la
fundación de un nuevo movimiento eclesial. Su director espiritual, el P.
Lescöat, se lo había anunciado al enviudar: «Consuélese, señora; Dios le destina para una gran obra, y llegará a levantar una casa en decadencia». Sin
dilación el último día de ese año de 1737 lo selló con su consagración.
A partir de entonces los desfavorecidos serían su único objetivo. Esta
determinación, compartida con otras mujeres, no fue acogida por la
sociedad y las murmuraciones y maledicencias se añadían al amargo cáliz
que había marcado su acontecer. La lacra del vicioso marido, aunque ya
había muerto, seguía salpicándola a ella y a la comunidad, sembrando las
dudas en los vecinos que, sin atender a los gestos de virtud que
desplegaban por doquier, aceradamente las hacían objeto de sus críticas.
Es más, fueron apedreadas, acusadas de alcohólicas, y hasta se pidió
exilio para Margarita. Ante la lesión de una rodilla, de forma malsana y
errónea, con la simpleza de quien ignora que Dios Padre no actúa con
tales parámetros con ninguno de sus hijos haga lo que haga –y no era el
caso de la santa, que obró con admirable y heroica caridad en todo
momento–, juzgaron que era merecedora de lo que denominaron «justo
castigo del Cielo».
En penosas condiciones físicas y económicas, constantemente probada,
cuando murió una de sus colaboradoras y pilares de la obra que ponían en
marcha, actuó con visible fortaleza. En 1747 le encomendaron la gestión
del Hospital de los Hermanos Charon, labor difícil porque estaba en
penosas condiciones. Pero lo levantó haciendo de él un cálido hogar para
los desvalidos. El P. Normant, que había sustituido en la dirección
espiritual de la santa al P. Lescöat, cuando éste falleció, corroboró
que no se había equivocado al animarle a poner en marcha esta ardua
empresa. Al tiempo, surgía la fundación de Margarita: las Hermanas de la
Caridad de Montreal que dieron lo mejor de sí a los enfermos incurables
y afectados por graves lesiones, así como ancianos, niños, indigentes,
soldados, etc. En 1751 defendió con valentía este centro ante
autoridades civiles y eclesiásticas cuando quisieron convertirlo en sede
de las religiosas de Quebec. Entonces, el pueblo, que antes la había
maltratado a ella y a la comunidad, salió en defensa de las religiosas
reconociendo su excepcional labor.
Libre de las deudas que había heredado al hacerse cargo del hospital,
y en un momento en el que todo parecía ir por buen camino, un nuevo
reto se presentó ante la comunidad cuando aquél fue pasto de las llamas
en 1765. Margarita sabía que Dios Padre jamás la abandonaba, y se gozó
espiritualmente en ese nuevo contratiempo recitando con las hermanas el
«Te Deum». Luego vaticinó: «Tranquilizaos, la casa ya no arderá más».
A los 64 años puso en pie nuevamente el hospital. En esta misión había
involucrado a madres e hijas del lugar. Murió el 23 de diciembre de
1771. Fue beatificada por Juan XXIII el 3 de mayo de 1959, y Juan Pablo
II la canonizó el 9 de diciembre de 1990.
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