Nace entre años 30 al 35 AD, muere C 107AD. San Ignacio de Antioquía
fue discípulo directo de San Pablo y San Juan. Segundo sucesor de Pedro
en el gobierno de la Iglesia de Antioquía; El primero en llamar a la
Iglesia "Católica". Sus escritos demuestran que la doctrina de la
Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta
doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los
obispos; La presidencia de la iglesia de Roma; La virginidad de María y
el don de la virginidad; El privilegio que es morir mártir de Cristo.
Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y
allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos
del emperador Trajano. En su viaje a Roma, escribió siete cartas,
dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de
Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana. |
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San Ignacio de Antioquía firmaba el 24 de agosto la carta que
escribía, hacia el año 110, a los cristianos de Roma, a la Iglesia «que
preside en la caridad», suplicándoles que no hicieran valer su dignidad
para alejarle del martirio: «Dejadme que reciba la luz pura. Mi deseo
terreno ha quedado crucificado, y ya no queda en mí sino un agua pura
que murmura: Ven hacia el Padre», «Contentaos con pedir que tenga
fuerza, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino en la
realidad». Al tratar de Ignacio de Antioquía no es que se hable de él,
se le escucha, puesto que confió a las páginas que escribió camino de
su martirio uno de los más hermosos cantos que jamás hayan salido de un
espíritu humano. Himno de amor a Cristo y a su Iglesia; Ignacio nunca
separa ambas cosas. Para él la señal infalible del amor de los
bautizados hacia el Señor y la presencia del Espíritu en ellos consiste
en la unidad de cada una de las Iglesias en torno a su obispo, y la de
todas ellas en la única Iglesia: «No tenéis que tener sino un solo
sentir con vuestro obispo», escribe a los Efesios. Les felicita, por
otra parte, pues se encuentran estrechamente unidos, «como la Iglesia lo
está con Jesucristo y Jesucristo con su Padre, dentro de la armonía de
la unidad universal.». Muy famoso entre los primeros mártires, quizás
sirio de origen, probablemente discípulo de los apóstoles, y el
cristiano de mayor reputación en tierras de Oriente después de la muerte
de san Juan. Por eso debió de ser llamado como obispo a la sede de
Antioquía, que había presidido el propio san Pedro. La verdad de san
Ignacio no está en esta identificación, sino en el hecho bien
documentado de su largo viaje hasta la muerte, después de su condena,
desde Antioquía a Roma, pasando por las costas de Asia Menor y Grecia,
con una parada en Esmirna. Su destino era morir en el circo romano
para celebrar los triunfos del emperador Trajano en la Dacia, y en el
curso de la navegación escribe cartas que son uno de los testimonios más
impresionantes de la fe ante el martirio que nos ha legado la Iglesia
primitiva; en especial la que dirige a los fieles de Roma, pidiéndoles
que no intercedan por él a fin de que «nada me impida ahora alcanzar la
herencia que me está reservada». Custodiado por feroces guardias, «los
diez leopardos», como él dice, Ignacio, sin alardes de jactancia ni
gestos estoicos, ve la vida y la muerte como cosas entregadas, que casi
no le pertenecen.
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que has querido que el testimonio de
los mártires sea el honor de todo el cuerpo de tu Iglesia, concédenos
que el martirio de San Ignacio de Antioquía, que hoy conmemoramos, así
como le mereció a él una gloria eterna, así también nos dé a nosotros
valor en el combate de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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