Santos Crispin y Crispiniano
El alma que
quiere darse por entero a Dios, no ha de buscar nada para sí mismo
sino que pensar, hablar y actuar tienen como meta Dios. Y esto no es
ninguna beatería, sino un impulso fuerte e intenso a desvivirse por los
demás.
Los jóvenes de hoy, que murieron en el año 285, quedan lejos de nuestra historia del tercer milenio. Sin embargo, sus obras y sus nombres han quedado grabados en las páginas de la historia de la Iglesia para siempre.
Se establecieron
en Roma y aprendieron el oficio de zapateros. Y desde cualquier
trabajo se puede hacer un anuncio u proclamación del Evangelio y de las
riquezas que aporta al alma humana. Este servicio lo concretó en hacer zapatos para los pobres. A estos, por supuesto, no les cobraban absolutamente nada.
A los ricos, que conocían el buen trabajo que hacían y la calidad del calzado, sí que les cobraban. Lo
bonito de estos dos creyentes es que aprovechaban los momentos de
venta o de dar gratis para hablar con entusiasmo de Jesucristo.
Y con la mayor naturalidad del mundo. Debían vivir lo que decían porque la gente los escuchaba con agrado. Los
franceses dicen que vivieron en la región de Soissons. Los ingleses, a
su vez, afirman que vivieron en el condado de Kent, al sur de
Inglaterra.
Shakespeare los elogia en su obra “Enrique V” y en “Julio César”. En lo que todos están de acuerdo es en que murieron mártires.
Oremos
Dios
todopoderoso y eterno, que diste a los santos mártires Crispin y
Crispiniano, la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo:
concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de
aquellos que no dudaron en morir por ti, nosotros sepamos también ser
fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.
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