San Antonio María Claret
Pocas vidas sacerdotales han sido tan probadas como la de San
Antonio María Claret. Nació en Sallent en 1807 y trabajó en un principio
como tejedor, entrando más tarde en el seminario. Ordenado de sacerdote
en 1835, no tardó en hallar su camino como predicador popular (1843).
Recorrería Cataluña durante cinco años, pasando más tarde a Canarias a
causa de los odios suscitados contra él por su palabra sin
contemplaciones. En 1849, reunió en torno a sí a algunos sacerdotes,
fundando el Instituto misionero de los Hijos del Corazón Inmaculado de
María. En 1850, el P. Claret era nombrado arzobispo de Santiago de Cuba.
Había de consagrar seis años, al apostolado de la gran isla, que
recorrió sin descanso, predicando, confirmando y fustigando los vicios y
abusos económicos. Nuevamente los odios, en especial por parte de los
propietarios de esclavos, le asaltaron. Por quince veces se atentó
contra su vida. En 1857, le correspondió una tarea inesperada: era
elegido como confesor por la reina de España Isabel II, mujer de
costumbres relajadas. Tomó él con toda seriedad su función de consejero
espiritual de la corona, cosa que le valió nuevamente las peores
calumnias. Diez años más tarde la revolución expulsaba a los Borbones y
Antonio Claret debió partir al destierro (1868). Pasó a residir en
Francia, al principio en Pau, después en París y finalmente en la abadía
de Fuentefría (Ande), donde murió en 1870 sin que el odio de sus
enemigos dejara de acosarle. Es el último confesor de reyes que hay en
el santoral, el último confesor regio en una época en la que parece que
no hay ya monarcas santos; y confesor además de una reina, la española
Isabel II, que no se distinguió por su ejemplaridad. Toda una hazaña la
de este catalán de aspecto campesino y aIgo tosco en cuya vida se ha
cebado la calumnia. Lo cual era inevitable. En pleno siglo XIX y en la
turbulenta España isabelina, vivir en el centro de la corte aun sin
querer hacer política era influir en la política nacional, al Padre
Claret no se lo perdonaron, y la historia y la literatura siguen
repletas de ataques de una tremenda malignidad, suponiéndole una especie
de eminencia gris de la voluble y desbrujulada Isabel. Su vida es
mucho más rica que el período madrileño; empieza siendo un joven
entregado al trabajo con un ardor singular, luego hay como una
conversión, con dos intentos de entrar en órdenes tan dispares -
cartujos y jesuitas que ya bastan para indicar que andaba lejos de su
camino, hasta quedarse en cura de pueblo, que es donde da toda su medida
de apóstol. El arzobispado de Cuba es una ampliación gigantesca de su
actividad en Viladrau, y por fin Madrid, la etapa que termina con el
destierro y con su intervención, ya al borde de la muerte, en el
concilio Vaticano I. Infatigable de actividad pastoral, fundador,
catequista de la pluma, asiduo al confesionario, taumaturgo, vidente, es
un impresionante santo muy próximo a nosotros en el tiempo.
Oremos
Dios nuestro, que infundiste en San Antonio María Claret una gran
fortaleza y una admirable caridad para llevar à cabo la evangelización
de los pueblos, concédenos, por su intercesión, que busquemos siempre tu
reino en todo lo que hagamos y que nos dediquemos, con empeño, à ganar à
nuestros hermanos para Cristo. Que vive y reina contigo. |
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